sábado, 29 de octubre de 2011

Los orígenes del relato de terror



   No hay duda alguna de que el miedo es una de las más básicas de las pasiones. Por un lado nos atenaza, por otro, nuestro afán de vencerlo nos ayuda a avanzar. Es la sombra que proyectamos. Tal vez por eso se creyó, vanamente, que la luz de la razón aniquilaría la superstición y, en consecuencia, desaparecerían nuestros miedos. Craso error; cuanta más luz, más sombras, y cuantas más sombras, más avanzamos. Sin miedo, negamos parte de lo que somos.

   Por eso, el relato de miedo es primordial. Nació tal vez alrededor de las primeras hogueras (incluso antes), y forma parte de toda tradición. Está en la base de cualquier religión, como herramienta poderosa, tanto aleccionadora como amedrentadora (un dios que fulmina, un dios que castiga, un fin de los días absolutamente pavoroso e inevitable), y formó parte de la tradición oral. Y moral. Y es por esa razón que el nicho ecológico natural del miedo, desde el punto de vista literario, no es otro que el cuento.

   Pocos son los escritores que han logrado huir del miedo. Y aunque el auge de la literatura de horror como género lo encontramos con los escritores románticos, o la novela gótica (el punto álgido se sitúa en la coordenada espacio-temporal del 15 de junio de 1816 en Villa Diodati), ya existen referentes anteriores, como por ejemplo, Lope de Vega (1562 -1635) con La posada de mal hospedaje. Pero, ¿cual sería el primer relato de terror? Si eliminamos de la ecuación los textos religiosos, nos queda la tradición oral, y entonces la raíz literaria del terror moderno (y también de la fantasía en general) no es otra que la transcripción de la tradición oral. Y uno de los textos más antiguos, que además fue y ha sido fuente de inspiración de muchísimos escritores a lo largo de la historia (especialmente los escritores románticos, ávidos de fuentes exóticas alejadas de los clásicos grecorromanos), no es otro que Las mil y una noches. Cuento de cuentos, en el que como hilo conductor tenemos a una narradora condenada a idear nuevas fantasías cada noche, bajo la amenaza de la muerte certera si no consigue complacer a su público. Una situación ciertamente horrorosa, donde la protagonista no tiene más remedio que vencer diariamente su miedo y crear para no perecer. Una situación horrorosa para cualquiera, especialmente para los que, como los escritores, tienen en la creación su oficio. No existe mayor motor que el miedo: adónde nos lleve, sólo depende de nosotros.

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