No hay duda alguna de que
el miedo es una de las más básicas de las pasiones. Por un lado nos
atenaza, por otro, nuestro afán de vencerlo nos ayuda a avanzar. Es
la sombra que proyectamos. Tal vez por eso se creyó, vanamente, que
la luz de la razón aniquilaría la superstición y, en consecuencia,
desaparecerían nuestros miedos. Craso error; cuanta más luz, más
sombras, y cuantas más sombras, más avanzamos. Sin miedo, negamos
parte de lo que somos.
Por eso, el relato de
miedo es primordial. Nació tal vez alrededor de las primeras
hogueras (incluso antes), y forma parte de toda tradición. Está en
la base de cualquier religión, como herramienta poderosa, tanto
aleccionadora como amedrentadora (un dios que fulmina, un dios que
castiga, un fin de los días absolutamente pavoroso e inevitable), y
formó parte de la tradición oral. Y moral. Y es por esa razón que
el nicho ecológico natural del miedo, desde el punto de vista
literario, no es otro que el cuento.
Pocos son los escritores
que han logrado huir del miedo. Y aunque el auge de la literatura de
horror como género lo encontramos con los escritores románticos, o
la novela gótica (el punto álgido se sitúa en la coordenada
espacio-temporal del 15 de junio de 1816 en Villa Diodati), ya
existen referentes anteriores, como por ejemplo, Lope de Vega (1562
-1635) con La posada de mal hospedaje. Pero, ¿cual sería el
primer relato de terror? Si eliminamos de la ecuación los textos
religiosos, nos queda la tradición oral, y entonces la raíz
literaria del terror moderno (y también de la fantasía en general)
no es otra que la transcripción de la tradición oral. Y uno de los
textos más antiguos, que además fue y ha sido fuente de inspiración
de muchísimos escritores a lo largo de la historia (especialmente
los escritores románticos, ávidos de fuentes exóticas alejadas de
los clásicos grecorromanos), no es otro que Las mil y una noches.
Cuento de cuentos, en el que como hilo conductor tenemos a una
narradora condenada a idear nuevas fantasías cada noche, bajo la
amenaza de la muerte certera si no consigue complacer a su público.
Una situación ciertamente horrorosa, donde la protagonista no tiene
más remedio que vencer diariamente su miedo y crear para no perecer.
Una situación horrorosa para cualquiera, especialmente para los que,
como los escritores, tienen en la creación su oficio. No existe
mayor motor que el miedo: adónde nos lleve, sólo depende de
nosotros.