La libertad como utopía |
A estas alturas, hablar de una obra como El invierno del dibujante sin caer en la reiteración es harto arriesgado. Pero el nuevo trabajo de Paco Roca, el premiado autor de Arrugas, es realmente soberbio. Comentarlo en nuestro blog, dentro de la sección Los Jueves Paella, es algo más que una obligación. Es un auténtico placer.
A continuación os damos las principales razones que, según nuestro parecer, convierten a este tebeo en lectura obligada y altamente recomendable.
Cuando los cómics se llamaban tebeos
El invierno del dibujante es cómic dentro del cómic. Narra cómo, a finales de los 50, un grupo de dibujantes decide abandonar Bruguera y crear un nuevo sello editorial que defienda los derechos sobre su obra y sus personajes. Así, llenos de ilusiones y esperanzas, fundan la revista Tío Vivo.
La historieta es un repaso a nuestro tebeo, donde aparecen nombres claves y emblemáticos de su historia: Escobar, Cifré, Mora, Vázquez, Ibáñez... Sólo por eso (y por ellos) merece ser leído.
Una historia dentro de la historia
El invierno del dibujante es también una ventana al pasado. Ciertamente, poco o nada se podría entender de lo que nos narra Paco Roca sin las pinceladas sobre la época que nos brinda el autor, sin situarla en su contexto histórico.
Gráficamente, la obra destila años 50 por los cuatro costados y demuestra que se ha realizado un buen trabajo de documentación, tanto en lo que se refiere a la recreación del paisaje de la época como en la caracterización de los personajes y la vida cotidiana.
Narrativamente, nos ofrece suficientes datos para entender la época. La censura, Franco, los represaliados, los primeros síntomas de recuperación económica... Son simples detalles, si, pero que nos ayudan a entender la razón de lo sucedido con Tío Vivo y el porqué de las actitudes de los personajes.
El invierno del dibujante es también una ventana al pasado. Ciertamente, poco o nada se podría entender de lo que nos narra Paco Roca sin las pinceladas sobre la época que nos brinda el autor, sin situarla en su contexto histórico.
Gráficamente, la obra destila años 50 por los cuatro costados y demuestra que se ha realizado un buen trabajo de documentación, tanto en lo que se refiere a la recreación del paisaje de la época como en la caracterización de los personajes y la vida cotidiana.
Narrativamente, nos ofrece suficientes datos para entender la época. La censura, Franco, los represaliados, los primeros síntomas de recuperación económica... Son simples detalles, si, pero que nos ayudan a entender la razón de lo sucedido con Tío Vivo y el porqué de las actitudes de los personajes.
Derrotados, vencidos y resignados
Aunque las comparaciones con Los Profesionales de Carlos Giménez, obra clave de y sobre la historieta española, son inevitables, a mi entender El invierno del dibujante guarda más parecido y conexiones con La revolución de los pinceles o con Malas Ventas, especialmente en cuanto al mensaje de la historia y a la naturaleza de sus personajes. Para Paco Roca es más importante ese mensaje que ser el cronista de unos hechos históricos.
El invierno del dibujante es una elegía a los sueños rotos, al fracaso de las ilusiones. Y como tal es amarga. Ya desde el principio el autor nos indica que su relato no es amable, pues la historia, explicada de forma no lineal y segmentada en ocho episodios, empieza mostrando el final de Tío Vivo y la vuelta al redil de Bruguera de los dibujantes disidentes.
Poco a poco, en cada entrega, nos desgrana la personalidad y motivaciones de los personajes principales. Y si existe una característica común a todos ellos es que son víctimas. Unos de su resignación, como Rafael González, otros de su naturaleza, como Vázquez, otros de una sociedad gris y mediocre que no toleraba la independencia del individuo. Aspectos que, a modo de conclusión, quedan bien expuestos en un séptimo episodio realmente sublime en cuanto a narrativa.
Leer El invierno del dibujante es como ver una película de Capra, pero sin final feliz.
Aunque las comparaciones con Los Profesionales de Carlos Giménez, obra clave de y sobre la historieta española, son inevitables, a mi entender El invierno del dibujante guarda más parecido y conexiones con La revolución de los pinceles o con Malas Ventas, especialmente en cuanto al mensaje de la historia y a la naturaleza de sus personajes. Para Paco Roca es más importante ese mensaje que ser el cronista de unos hechos históricos.
El invierno del dibujante es una elegía a los sueños rotos, al fracaso de las ilusiones. Y como tal es amarga. Ya desde el principio el autor nos indica que su relato no es amable, pues la historia, explicada de forma no lineal y segmentada en ocho episodios, empieza mostrando el final de Tío Vivo y la vuelta al redil de Bruguera de los dibujantes disidentes.
Poco a poco, en cada entrega, nos desgrana la personalidad y motivaciones de los personajes principales. Y si existe una característica común a todos ellos es que son víctimas. Unos de su resignación, como Rafael González, otros de su naturaleza, como Vázquez, otros de una sociedad gris y mediocre que no toleraba la independencia del individuo. Aspectos que, a modo de conclusión, quedan bien expuestos en un séptimo episodio realmente sublime en cuanto a narrativa.
Leer El invierno del dibujante es como ver una película de Capra, pero sin final feliz.
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